"Redescubriendo el Abrigo del Garrofero" es un breu article que va eixir publicat a la revista Caroig, 9, de l'Institut d'Estudios Territorial el Caroig, el juny de 2018 i que vam presentar a l'Ajuntament d'Énguera a finals d'aquell mateix mes.
Visité por primera vez el abrigo del
Garrofero el invierno de 2009. Era un
día frio, a juzgar por las vestimentas que
lucimos en las fotografías. Fue en una
visita breve, de lejos y a través de unos fríos barrotes, que me enfrentaba por
primera vez a aquél panel prehistórico
del que tan solo conocíamos unas breves
notas en algún artículo generalista.
El Garrofero es un abrigo rocoso que
se abre en la margen derecha del Río
Grande, en Navarrés y que, durante el
Neolítico, sirvió de lienzo para expresar,
mediante imágenes, las creencias de los
moradores de nuestros montes. Las pinturas rupestres fueron descubiertas en 1972
y en 1998, junto al resto de Arte Rupestre
del Arco Mediterráneo de la Península
Ibérica, fue declarado Patrimonio
Mundial por la UNESCO. Con 7.000
años de antigüedad, hasta nuestros días
han llegado más de 30 guras repartidas
en 5 paneles.
En 2014 gracias al empuje de Ximo Martorell, llevamos hasta el
Ayuntamiento de Navarrés la propuesta
para rescatar aquellas figuras pintadas de
la jaula en las que estaban encerradas y
Estela Darocas, aun sin saber muy bien
de qué se trataba todo aquello, se puso
al frente del equipo de rescate.
Desde entonces, hemos cambiado el
cierre, hemos limpiado los paneles decorados y hemos hecho una documentación exhaustiva de los motivos. El abrigo vuelve a ser un abrigo, no una celda
y las figuras ahora ofrecen una mejor
lectura. Incrédula de mí, jamás imaginé
que el proceso de limpieza daría aquellos resultados: han aparecido figuras
que antes no se veían; otras permiten
ahora una mejor interpretación que nos
llevan a hablar de una escena que tiene
mucho que aportar al estudio del arte
rupestre levantino.
En el primer grupo, figuras que no se
veían y que ahora vemos con claridad,
se encuentran los restos de una gura
femenina que, de haberse conservado
completa, alcanzaría unas dimensiones
nada despreciables para lo que es la
media en el arte Levantino. Sin embargo, la conservación del arte rupestre
tiene algo de perverso y mucho de cruel,
pues permite que veamos que ahí estuvo
la figura de la mujer que avanzaba con
paso decidido hacia la derecha vistiendo falda “plisada” y de amplios vuelos, pero nos impide contemplarla en
todo su esplendor, completa. Una figura
femenina que ahora sabemos, también
gracias al Garrofero, está mucho más
presente en los paneles levantinos de lo
que se vino escribiendo durante décadas,
matizando aquella imagen del “arte de
los cazadores” que debían justificar, con
sus armas y actitudes, la cronología de
este arte prehistórico.
En el segundo grupo, el de figuras
que permiten una interpretación más
apurada, encontramos una maravillosa
rareza. Se trata de la escena de monta o
captura de la cabra viva. En ella, una figura humana con el tocado en la cabeza
típico del núcleo artístico del Xúquer,
cabalga a lomos de una cabra montés.
La verdad es que la imagen da pie a esa
especulación que alimenta nuestra disciplina: las interpretaciones son libres.
Pero en lo que creo que coincidiríamos
todos estando delante de la imagen es
que, todavía hoy, la escena trasmite tensión, velocidad... autenticidad!
Hay mucho más en el Abrigo del
Garrofero, claro, aunque no cabe aquí ni
es el momento por lo que esperaremos
impacientes la tesis de Ximo Martorell.
Pero en definitiva y visto con perspectiva, actuar sobre el Abrigo del Garrofero
nos ha permitido redescubrirlo, liberarlo
de la jaula, rescatarlo del olvido, darle el trato que merecía y darlo a conocer en Navarrés, donde era un desconocido. Pero esto ya es pasado y ahora toca mirar al futuro. El futuro del Abrigo del Garrofero es el de articular junto al resto de conjuntos de arte rupestre del Río Grande y del Macizo del Caroig, un sistema radicular sólido de base (pre)histórica, esto es cultural, que contribuya a la cohesión, y con ella al crecimiento, de la comarca.
La última vez que estuve en el
Garrofero, hará un par de meses, sería
por abril, no quedaba ni rastro del invierno, ni del frío, y un tímido sol de
primavera se atrevía entre las copas de
aquel bosque infinito que se cobija en el
Río Grande iluminando aquellas imágenes, calentándome el espíritu.
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